Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO VIII


Los indios se vuelven a sus casas y los españoles navegan hasta reconocer la mar



Los indios, después del buen lance que en su favor hicieron, que fue a los diez y seis día de navegación de los españoles, los siguieron todo aquel día y noche siguiente dándoles siempre grita y algazara como triunfando de ellos con su hazaña victoriosa. Y al salir del sol del día diez y siete, habiéndole adorado y hecho una solemne salva con grandísimo estruendo de voces y alaridos, y con música de trompetas, y tambores, pífanos y caracoles y otros instrumentos de ruido, y habiéndole dado gracias como a su dios por el vencimiento que en sus enemigos habían hecho, se retiraron y volvieron a sus tierras por parecerles que se habían alejado mucho de ellas, porque, a lo que se entendió, habían seguido y perseguido a nuestros españoles cuatrocientas leguas del río con la pelea y rebatos continuos que les daban de día y de noche, nombrando siempre en sus cantares, y fuera de ellos, en sus gritas y alaridos, a su capitán general Quigualtanqui y no a otro cacique alguno, como que decían que sólo aquel gran príncipe era el que les hacía toda aquella guerra. Por lo cual, cuando estos españoles llegaron después a México e hicieron relación a don Antonio de Mendoza, visorrey que era entonces de aquel reino, y a don Francisco de Mendoza, su hijo, que fue después generalísimo de las galeras de España, y les dieron cuenta de los sucesos de este infeliz descubrimiento, y particularmente cuando contaban los trances que habían pasado en este Río Grande y brava persecución que con el nombre de aquel famoso indio los suyos les habían hecho, don Francisco de Mendoza, siempre en las tales pláticas y fuera de ellas, y dondequiera que se topaba con algún capitán o soldado de cuenta, por vía de donaire, aunque sentencioso, les decía: "Verdaderamente, señores, que debía de ser hombre de bien Quigualtanqui." Y con este dicho refrescaba de nuevo las grandezas del indio, [y] eternizaba su nombre.

Nuestros españoles, cuando vieron que los indios les habían dejado, entendieron que estaban ya cerca del mar y que por eso se hubiesen retirado y vuéltose a sus casas. Y el río iba ya por aquel paraje tan ancho que de en medio de él no se descubría tierra a una mano ni a otra; solamente se veían a las riberas unos juncales muy altos, que parecían montes de grandes árboles, o lo eran propiamente.

Tendría en aquel puesto el río, a lo que la vista podía juzgar, más de quince leguas de ancho, y con todo esto no osaban los nuestros acercarse a sus riberas ni apartarse de en medio de la corriente por no dar en algunas ciénagas o bajíos donde se perdiesen, y no sabían si estaban ya en la mar o si todavía navegaban por el río.

Con esta duda navegaron tres días a vela y remo con buen viento que les hacía, que fueron el diecisiete, y dieciocho, y diecinueve de su navegación. Y, al amanecer día veinte, reconocieron enteramente la mar en que hallaron a mano izquierda de como iban grandísima cantidad de madera de la que el río con sus crecientes llevaba a la mar, la cual estaba amontonada una sobre otra de tal manera que parecía una gran isla.

Media legua adelante de donde estaba la madera estaba una isla despoblada que juzgaron los nuestros debía ser la que ordinariamente los ríos grandes hacen cuando entran en la mar, y con esto se certificaron que estaban ya en ella. Y como no supiesen en qué paraje ni la distancia que había de allí a tierra de cristianos, acordaron requerir sus bergantines o carabelones antes de entrar en la mar, y así los descargaron con mucha diligencia, y pusieron lo que traían sobre la isla de madera para les dar carena, si la hubiesen menester, o requerir las junturas, si en ellas hubiese algo que remendar. Atocinaron nueve o diez cochinas que todavía traían vivas. En estas cosas gastaron tres días, aunque es verdad que más los gastaron en descansar del trabajo pasado y tomar vigor y fuerzas para el venidero que en aderezar los carabelones, porque en ellos hubo muy poco que hacer y la mayor necesidad que nuestros castellanos tenían era de dormir, porque, con la continua vigilia que de día y de noche los indios les habían hecho pasar, venían muy fatigados de sueño, y así durmieron aquellos tres días como cuerpos muertos.

Cuántas fuesen las leguas que nuestros españoles navegaron por el río abajo, que en diez y nueve días naturales y más una noche que les duró la navegación hasta la mar, donde al presente quedaban, no se pudo saber precisamente, porque con la pelea continua que con los indios tenían no les quedaba lugar para tantear las leguas que navegaban. Empero, viéndose libres de enemigos, lo platicaron entonces entre ellos, y después en México en presencia de personas que tenían experiencia de la navegación de mar y ríos, y hubo muchas opiniones y porfías, porque unos decían que caminaron entre día y noche a veinte leguas, otros a treinta, otros a cuarenta, y otros a más y otros a menos. Mas en lo que todos los más convinieron fue que se diese a cada noche y día, uno con otro, veinte y cinco leguas, porque siempre navegaron a vela y remo y nunca les faltó viento ni el río tenía vueltas en que pudiesen haberse detenido.

Conforme a esta cuenta, hallaban haber navegado nuestros españoles, desde donde se embarcaron hasta la mar, pocas menos de quinientas leguas. En este tanteo podrá cada uno, conforme a su parecer, dar las leguas que quisiere, con advertencia y presupuesto que, sin lo que el viento les ayudaba, hacían los nuestros lo que podían con los remos por pasar adelante y salir de tierra de enemigos que tanta ansia tenían por matarlos.

Juan Coles dice que fueron setecientas leguas, y debió poner la opinión de los que daban a cada veinte y cuatro horas de tiempo treinta y cinco leguas de navegación.